Son esos momentos donde los niños, de manera repentina, se revindican por lo que quieren en ese instante, sabiendo que es un medio muy eficaz para conseguirlo sacando de sus casillas a sus padres.
Se trata de un conflicto emocional, una forma inmadura de expresar enfado. Los niños se frustran porque no son entendidos y su tolerancia es aún inexistente. No llegan a comprender que no siempre se puede tener lo que uno quiere y si le sumas que no pueden verbalizar bien lo que desean, llega la rabieta.
Las rabietas pueden ser, más o menos, frecuentes en la vida diaria de un niño y los motivos muy variados, pero todas ellas son para lograr un fin.
¿Con que edad comienzan estas rabietas?
Alrededor de los dos años es cuando las rabietas alcanzan su poder y los niños manifiestan su “autonomía” a través de ellas. Muchos somos los padres que vivimos esta etapa con ansiedad. Pensamos que, nuestros hijos, nos desafían, nos desobedecen y nos retan, cuando realmente lo que nos quieren trasmitir es que se están haciendo mayores. Buscan hacerse hueco en el mundo de los adultos, decidiendo lo que quieren e imponiendo sus ideas pero, como decíamos antes, de una manera muy inmadura.
Para manejar bien las rabietas, nuestro primer objetivo será bajar la intensidad de las mismas y, poco a poco, la frecuencia. Esta etapa es pasajera y las rabietas se irán espaciando en el tiempo, sobre todo, disminuirán cuando los niños vean que no tienen efectos sobre sus padres.
La importancia de la figura materna y paterna
Es importante que los padres nos mantengamos firmes en nuestras palabras, por muy difícil que nos lo pongan ellos. Hay que hacerlo de una manera tranquila, sin perder el control de la situación. Poniéndonos nosotros nerviosos sólo hará que aumentemos el nivel de la pataleta. Por supuesto, no hay que premiar ni castigar por una rabieta, ni siquiera discutir. Es muy probable que ni él mismo sepa porqué está llorando. Podemos sacarle de esa situación en la que está, cambiando de escenario para que su atención se desvíe o quizás, dejar que se calme sólo y cuando lo haga, prestarle la atención que él está demandado. Sólo así, identificará que no es una buena manera de comportarse y es cuándo entrará en el proceso de aprendizaje.
Nadie nos dijo que ser papás fuera fácil pero con constancia y cariño, haremos de nuestros hijos, los mejores.
Maria Garcia
Psicóloga General Sanitario
ELEA, Instituto Psicoeducativo